Una
hermosa mañana de otoño, en algún bello lugar de mi querida Argentina, pude observar y
escuchar a una nube hablando con el calmo viento.
Amigo
viento tengo que pedirte un gran favor, necesito que me ayudes a llegar lo más
rápido que puedas al norte, pues la sequía está haciendo estragos y quizá yo
pueda ayudarlos un poco descargando mis aguas sobre la sedienta tierra y así
salvar los cultivos, que con mucho trabajo personas laboriosas han realizado
para lograr el sustento propio y ajeno.
El
viento la observó detenidamente y le respondió, muy poco es lo que puedes hacer
pues eres una nube pequeña, casi adolescente, y además, yo estoy descansando
después de haber trabajado mucho durante este ventoso otoño.
A
lo que la nube respondió, alguna vez escuché, que las buenas y malas acciones
tienden a ser replicadas por otros. Quizá alguna nube mayor se sume a mi idea y
así juntemos el agua necesaria.
No
seas crédula, contestó el arrogante viento.
Fíjate
el caso de los seres humanos, por poner un ejemplo.
Destruyen
la naturaleza, de la cual viven; se matan en guerras cruentas, por dinero o
poder; dejan morir de hambre a millones, sólo por egoísmo; juntan millones que
no gastarán jamás; y si, tengo que reconocer, que hay muchos que tratan de
ayudar a los más necesitados, pero no alcanza, porque no manejan el poder, ni
son parte de algún gobierno que piense en sus ciudadanos y su bienestar.
Si
me preguntas la razón de su desidia, tendría que responderte que supongo que
pensarán que serán eternos o que jamás precisarán de otros.
La
sensible nube quedó pensativa, cabizbaja y triste.
El
viento, al verla así, sintió compasión por ella y quiso consolarla.
Disfruta
tu vida que también es corta y viaja y conoce el mundo, yo te llevaré, no aceleres tu muerte arrojando
tus componentes hídricos para salvar a nadie, no lo merecen.
La
nube ennegreció su rostro y comenzó a desangrarse en gruesas gotas.
Espera:
¿qué haces, gritó el viento? Si no vivo para servir, no sirvo para vivir,
contestó esta, y siguió llorando.
¡Detente,
te ayudaré, dijo el viento!
¿No
me mientes? Respondió ella.
No
te miento dijo el, al menos muere en tu vano intento y no aquí sobre el duro
cemento de la ciudad.
Y
comenzó a soplar y a soplar cada vez más fuerte en dirección al lugar pedido,
mientras ella, feliz, iba creciendo por la alegría, acumulando más y más agua.
Durante
el viaje, la nube se cruzó con otras nubes, que al conocer la razón de su viaje
se fueron sumando al mismo.
El
viento tuvo que esforzarse porque la solidaridad, se acrecentó entre ellas y
cada vez fueron más y más, y le demandaba mucho trabajo.
Al
fin llegaron al lugar, donde la tierra estaba casi seca, y las plantaciones
casi muertas. Con un trueno enorme de alegría, le dieron las gracias al viento
y comenzaron a descargar su preciosa carga sobre ella.
Ah,
¡Qué bello espectáculo! Al cabo de un tiempo comenzaron a verdear las
plantaciones. Con la última gota de su cuerpo, la nube gozosa, desapareció.
El viento, que se había calmado para descansar, sintió una felicidad inexplicable, al fin había comprendido a la nube.